Cultura

La cara oculta de la revolución sexual de Mayo del 68

Eslóganes como "disfrutar sin límites", "mi cuerpo me pertenece" y "prohibido prohibir" se volvieron contra las propias mujeres.

por Antonio Torres del Cerro

El movimiento francés de Mayo del 68, del que se cumplen 50 años, puso el embrión para el combate feminista, pero también tuvo sus daños colaterales: la mujer vista como un objeto y el sexo considerado una “mera mercancía”.

Libros como “L’autre héritage de 68” (“La otra herencia del 68”), de Malka Markovich, o “Filles du 68” (“Hijas del 68”), de Michelle Perrot, han hecho balance del impacto en la lucha feminista medio siglo más tarde de la revolución cultural y social que paralizó Francia e influyó en los países occidentales.

Mientras los hombres copaban los puestos de liderazgo -con Daniel Cohn-Bendit y Alain Geismar a la cabeza-, las mujeres se organizaron alrededor del Movimiento de Liberación de las Mujeres (MLF) para, entre otras reivindicaciones, pedir el derecho a la píldora anticonceptiva y al aborto, dos conquistas que se conseguirían en años posteriores al 68.

“Ellas tenían una creatividad fantástica, pero su voz caía en el desierto, un desierto formado por una marabunta de hombres que no querían cuestionarse las antiguas relaciones entre hombres y mujeres”, denunció a EFE la historiadora Markovich, nacida en 1959.

“Mayo del 68 desembocó en un movimiento feminista esencial para la evolución social de Francia, (…) pero también ha tenido daños colaterales”, agregó.

Daños que se plasman en convertir a las “mujeres en meros objetos sexuales” en el que se mezcló de forma caprichosa “libertad, libertinaje y, en algunos casos, pedofilia”, a su juicio.

Eslóganes como “disfrutar sin límites”, “mi cuerpo me pertenece” y “prohibido prohibir” se volvieron contra las propias mujeres en el momento que se asumió que cuerpo y mente de las féminas podían ir por separado.

“Este hecho banalizó los comportamientos más ancestrales y arcaicos y permitió la eclosión de una industria sexual capitalista”, lamentó.

Del rol femenino en el 68 hay muchos documentos gráficos -uno de ellos, el de una joven enarbolando la bandera de Vietnam en la plaza parisina de Edmond-Rostand, se convirtió en icono de la revolución-, pero ni casi rastro de su participación en los primeros rangos del movimiento.

“Había mucha virilidad en el movimiento (…) con pocas mujeres en las delegaciones estudiantiles”, señala Perrot (París, 1928) en el prefacio de su obra, que recoge los testimonios de mujeres que tenían entre 15 y 54 años en el periodo del movimiento.

El libro de la historiadora recoge emocionantes testimonios de jóvenes madres para las que Mayo del 68 supuso la luz al final del túnel y de otras que, en la cincuentena, vivieron el movimiento también a través del implicación de sus hijos.

Para Perrot, el legado más importante para las mujeres fue el de “liberación” de la palabra en público.

“Hubo un antes y un después: antes el silencio reinaba y las preguntas se las hacía una misma. Después, se liberó la palabra y fue entonces cuando comenzaron a aparecer soluciones”, sostiene.

Cincuenta años más tarde del 68, estereotipos franceses como el de la galantearía masculina siguen enraizados, a pesar de que se han puesto en tela de juicio a partir del movimiento de denuncia de acoso y agresión sexual “#MeToo” de finales de 2017.

“Detesto la idea de la galantearía. Significa una relación jerárquica, una visión desfasada de las mujeres”, apuntó Markovich.

Para Perrot, la galantearía “transforma las relaciones entre los sexos en una especie de comercio del espíritu del que el corazón y los sentidos no forman parte”.

“Se trata de un juego mental. Es lo contrario a la pasión”, resumió la autora en una entrevista en la radio France Culture.

EFE

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